miércoles, 22 de agosto de 2012

Políticas Económicas - Cie Lanús

En el 1er encuentro de la capacitación, trabajaremos con el siguiente artículo periodístico:


Idas y vueltas en 60 años de economía


Hoy, el PBI por persona es igual al de 1974. Hubo décadas con crecimiento nulo. Dólar súper bajo y recontraalto. Estatismo y liberalización extrema. Una historia en la montaña rusa.

Ismael Bermúdez. ibermudez@clarin.com


En los últimos 60 años, la Argentina conoció la estabilidad de precios, la inflación, la hiperinflación y hasta la deflación. En algunos momentos gozó del pleno empleo pero buena parte del tiempo convivió con desempleo y hasta con hiperdesocupación. De contar con una amplia cobertura de Seguridad Social pasó a tener récords de empleo en negro, indigencia, pobreza y desigualdad social.

Tuvo un dólar bajo, de equilibrio, alto y recontra-alto. También fijo, "con tablita" y flotante. El peso fue moneda nacional, pesos ley, peso argentino, cambió por el austral, luego por el peso convertible y hubo más de una docena de monedas provinciales, mientras estuvo a punto de abrazar la dolarización completa. Fue, en algunos momentos, el mejor alumno del Fondo Monetario Internacional, y también el más díscolo, aunque siempre fue buen pagador.

Combinó años de estatismo con el de privatizaciones a granel y años de afluencia de capitales extranjeros con otros de incesante fuga de divisas. Desarrolló políticas activas, con promociones industriales y subsidios generosos a sectores de capital nacional, y fue líder en la desregulación económica con contratos privilegiados para las grandes multinacionales.

De cancelar la deuda pública, llegó a tener niveles récords de endeudamiento público. En varios momentos tuvo fulminantes crisis bancarias, con el desconocimiento de los depósitos y la licuación de deudas, y también suspendió el pago de la deuda pública, protagonizando el default más grande de la historia mundial.

En estos 60 años, la Argentina fue un inmenso laboratorio, que sigue provocando el interés de los estudiosos de la economía de todo el mundo, y la perplejidad de sus habitantes por las oportunidades perdidas y experiencias fallidas. Como en el juego de la oca, avanzó varios casilleros y tuvo que retroceder otros y a veces, hasta al punto de partida.

Hoy, en base a los datos de 2004, la Argentina ocupa el puesto 34 del ránking del Banco Mundial, detrás de India, México, Brasil, Corea, Irán o Sudáfrica cuando a mediados de los, por el tamaño de su economía, superaba a esas naciones.

La industrialización a medias

Aunque se atribuye al surgimiento del peronismo en 1945 el inicio del modelo de sustitución de importaciones o semi-industrialización, la partera fue la primera pos-guerra mundial y la crisis mundial de 1930. "Tanto la década de 1920 como la de 1930 se caracterizaron por un intenso crecimiento industrial", aunque, "si bien los datos cuantitativos eran alentadores, un análisis cualitativo pone de manifiesto la fuerza limitada esa industrialización", dice Mario Rapoport en "Historia Económica, Política y Social de la Argentina".

El período de entre guerras, la Gran Depresión, la contracción del comercio mundial y el proteccionismo de los países avanzados le cerraron al "granero del mundo" la posibilidad de seguir vendiendo trigo y carnes a Europa. Así, bajo los golpes de la crisis mundial, la Argentina inició un proceso industrial alentado en gran parte por las elites agropecuarias que habían perdido sus cuotas en el mercado mundial.

Como señala Rapoport, en agosto de 1933 se produjo un importante viraje en la política económica con el nombramiento de Federico Pinedo como titular del Palacio de Hacienda. Una figura que provenía de las elites conservadoras inició "una activa participación del Estado en la regulación y reorientación de la economía". En 1935 se creó el Banco Central y en esa época surgieron las Juntas reguladoras "para proteger los intereses de los distintos sectores productivos: cerealero, de la carne, del azúcar, del vino, textil, etcétera. En total, entre 1930 y 1940 se crearon 21 organismos autónomos y 25 sin autonomía, entre ellos la Comisión Nacional de Fomento Industria y la Junta Nacional para combatir la Desocupación".

"La industrialización —sigue Rapoport— era, entonces, un aggiornamiento sofisticado de los intereses agropecuarios, que se complementaba con la expansión de un conjunto de firmas multinacionales responsables en la instalación de industrias no tradicionales como la automotriz o la química. Pero el proyecto no contemplaba avanzar mucho más allá".

El peronismo —en la primera parte de la primera presidencia de Juan Perón— continuó y profundizó ese esquema económico. "El cambio más significativo no resultó tanto de la ampliación del aparato estatal o del intervencionismo económico, de la industrialización dirigida hacia el mercado interno o del carácter más o menos semicerrado de la economía, que de una u otra forma continuaron tendencias u orientaciones que venían de los gobiernos conservadores, sino de la aplicación de políticas sociales que provocaron una fuerte redistribución de ingresos en el marco de una estructura productiva trabajo-intensiva, basada de una creciente dotación de trabajadores en la industria y otras actividades, con un poder adquisitivo más elevado y mejores posibilidades de salida de la misma producción industrial", dicen Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, en "El ciclo de la ilusión y el desencanto".

Sin embargo, este esquema fue breve. "Lo que ha quedado para la historia económica como la etapa 'clásica' del peronismo abarcó un lapso de apenas tres años, entre 1946 y 1948, y entró en crisis ya en 1949", sostienen Gerchunoff y Llach. Y agregan: "en 1949, el debilitamiento del esquema distributivo de los primeros años del peronismo comenzó a resquebrajarse por lo más frágil: la balanza comercial y la inflación".

Así se inició, una vez que Perón fue reelecto en 1952, un período marcado por los "planes de austeridad" y los congresos "de la productividad". "Con el plan de 1952, el gobierno desmontó el esquema que había estado vigente a partir de 1946 y había tenido un impresionante éxito inicial. Cada uno de los elementos que constituían ese sistema fue eliminado o atenuado a partir de la segunda presidencia de Perón: la expansiva política salarial de 1946-50 dejó paso a un sistema de negociaciones bianuales que empezó con una drástica caída de los salarios reales: la liberal política de crédito para la industria fue moderada en nombre de la estabilidad monetaria", comentan en su libro Gerchunoff y Lucas Llach.

En "La industria que supimos conseguir", Jorge Schvarzer señala que "a comienzos de la década del 50 se replanteó el proceso industrial. La producción no crecía por falta de máquinas; éstas sólo podían venir del exterior pero el país no generaba las divisas para comprarla. Tampoco se veían posibilidades a mediano plazo debido a las dificultades del agro para aumentar la oferta exportable. El bloqueo se consolidaba por la escasez de crédito externo. La única fuente visible eran las empresas transnacionales, en la medida en que estuvieran dispuestas a aportar esos equipos bajo la forma de inversiones directas. Si ellas se instalaban en el país, podrían contribuir a resolver el cuello de botella generado por la falta de divisas".

Aldo Ferrer en el clásico "La Economía Argentina" señala que "la política de capital extranjero se articuló a través de un conjunto de decisiones, incluidas la adopción de una nueva ley en la materia, que elevó el límite permitido de remisiones al exterior, y los acuerdos con empresas extranjeras para el establecimiento de fábricas de tractores y con Mercedes Benz y Kaiser Motors para el desarrollo de la industria automotriz".

Y agrega: "Al mismo tiempo, se procuraron créditos de los Estados Unidos a través del Exim-Bank, para el financiamiento de la planta siderúrgica de San Nicolás y se gestionaron créditos para otros proyectos. El acuerdo con la California Petroleum Company para la explotación de ciertas áreas petrolíferas fue el hecho más notorio y controvertido de la nueva política".

Como balance de este período puede señalarse que la industrialización tenía límites muy marcados: era de costos altos y con pocas posibilidades de exportación; el equipamiento de muchas industrias era de máquinas usadas, con un alto grado de obsolescencia tecnológica.

Sustitución de importaciones

La sustitución de importaciones se basaba en copias de diseños extranjeros rezagados con respecto al desarrollo mundial vigente; las ramas que se desarrollaron estaban vinculadas a producciones de bienes de consumo final, marginando a las de bienes de capital; y los grandes industriales no eran una nueva clase emprendedora sino sectores de la elite terrateniente que volcaron a procesar ramas tradicionales, como los alimentos y textiles.

Desplazado Perón con el golpe de 1955, y tras el interregno del gobierno militar, Arturo Frondizi retomó la estrategia que había criticado de Perón: después de devaluar la moneda en diciembre de 1958, puso en marcha un plan de ingreso masivo del capital extranjero para el desarrollo de industrias claves, como química, petróleo, siderurgia, papel, automotriz.

Esas inversiones se dirigieron a capturar el mercado interno protegido por el dólar alto y los aranceles, mientras los mercados externos eran abastecidos por sus casas matrices.

Inicialmente esa masa de capitales empujó la producción y desarrolló una cadena de proveedores locales de las nuevas industrias. Pero rápidamente se generó un estrangulamiento en la balanza de pagos por las importaciones generadas por esas inversiones, las mayores remesas de dividendos y utilidades de las filiales a las casas matrices y los intereses de la deuda externa, además de sobrefacturar las compras del exterior basadas, muchas veces, en plantas o equipos obsoletos.

Jorge Schvarzer comenta que "la luna de miel con el capital extranjero duró menos de 10 años desde el ensayo de 1958. Los balances sobre sus efectos daban resultados mucho menos positivos que las prometedoras esperanzas de la década anterior. El capital y la empresa extranjera no eran los motores del desarrollo, como se llegó a pensar; por otra parte, ya amenazaban la supervivencia misma de una industria propiedad de empresarios locales".

Gerchunoff y Llach, por su parte, precisan que "la combinación entre un mercado protegido y extraordinarios incentivos para la instalación de plantas generaba una producción no sólo no apta para la exportación, sino además incapaz de surtir al mercado interno con productos de una buena relación calidad-precio".

En 1962, se produjo un nuevo golpe militar, y luego de los enfrentamientos entre azules y colorados, hubo elecciones (con el peronismo proscripto). Ganó la Unión Cívica Radical (UCR) con la candidatura de Humberto Illia, que gobernó entre 1963 y 1966. Esta administración anuló los contratos petroleros firmados durante la gestión de Frondizi, revirtió la recesión del período anterior, y sin embargo, también quedó frustrado por otro golpe militar, comandado por Juan Carlos Onganía.

El nuevo esquema económico, capitaneado por el ministro Adalbert Krieger Vasena, debutó en marzo de 1967 con una maxidevaluación del peso y la aplicación de retenciones a las exportaciones para mejorar las cuentas públicas y neutralizar la suba de los precios internos.

"Se asumió el compromiso de no volver a devaluar, se congelaron los salarios, se suspendió el funcionamiento de los convenios colectivos de trabajo y se mantuvieron fijas las tarifas de los servicios públicos", describe Ferrer, quien agrega que "se profundizó el proceso de concentración industrial y se amplió el área de influencia del capital extranjero en el sector industrial y financiero".


El regreso a lo nacional

El estallido del "Cordobazo" en mayo de 1969 fue el acta de defunción del proceso militar. Los sucesores de Krieger Vasena —entre 1970 y 1973 hubo un desfile de ministros— ensayaron tímidas variantes "nacionalistas", como la ley de "compre nacional" o el aporte estatal directo y el aval estatal al endeudamiento empresario, en un contexto de creciente deterioro político, económico y social.

Entonces, el mismo poder militar que lo había desalojado en 1955, tomó la decisión de impulsar el retorno de Perón y volver a colocar al peronismo en el poder. Hubo elecciones en 1973 y el peronismo arrasó.

Con un empresario, José Gelbard, en el ministerio de Economía y un sindicalista, Ricardo Otero de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), en la cartera laboral, la primera etapa, que contó con cuatro presidentes (Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Juan Perón e Isabel Perón y dos ministros de Economía) y que abarcó de mayo de 1973 a mayo de 1975, el peronismo intentó recrear el "pacto social".

Inicialmente, el ministro Gelbard logró contener la tasa de inflación en un contexto de mejora del salario real, subsidios a sectores empresarios, con grandes saldos exportables y la apertura de nuevos mercados para productos argentinos.

Una primera señal de desestabilización provino del exterior con la suba del precio internacional del petróleo que incrementó la factura importadora y presionó sobre los costos internos. Por el otro lado, las cuentas públicas comenzaron a deteriorarse, en un contexto de falta de inversiones, mientras la crisis política tendía a acentuarse por los choques internos dentro del peronismo.


El Rodrigazo y la noche del terror militar

Luego de un breve paso de Alfredo Gómez Morales por el Ministerio, en junio de 1975, Celestino Rodrigo juró como ministro de Economía y desencadenó el "Rodrigazo": ya concluidas las subas de salarios acordados en las paritarias, Rodrigo se despachó con una maxidevaluación y espectacular suba del precio de las naftas y tarifas públicas que, paro general mediante, obligaron a reabrir las paritarias. Entre junio y agosto, la inflación fue del 100%. Hubo una importante licuación de pasivos empresarios y recrudeció la fuga de capitales.

La crisis quedó graficada en los 6 ministros de Economía que pasaron por la gestión de Isabel Perón. Se produjo entonces en marzo de 1976 el golpe militar.

El nuevo titular de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz, un empresario de extracción liberal, planteó "pasar de una economía de especulación a una producción", pero el pivote de su programa fue una reforma financiera que liberó la tasa de interés y la captación de los depósitos por parte de los bancos, la baja de los aranceles de importación y una tablita cambiaria que representaba un seguro de cambio gratuito para la especulación financiera. En apenas 3 años, se duplicó el número de bancos, aumentó la tasa de interés, hubo un boom de importaciones y creció el endeudamiento externo por autopréstamos y bicicletas financieras.

"El sistema pudo sobrevivir mientras duró la rueda de la fortuna de una monetización especulativa, pero hizo crisis a partir de la liquidación del Banco de Intercambio Regional (BIR), una entidad que al amparo de la com binación entre amplia garantía pública, libertad de tasas y ausencia de regulación había llegado a ser la mayor del país. Se desató una corrida que en un principio acabó con otros tres bancos importantes (Oddone, de los Andes e Internacional) y terminó afectando a todo el sistema financiero. Durante ese fatídico año 1980, el Banco Central debió asumir el control de unas 60 instituciones", escriben Gerchunoff y Llach.

Martínez de Hoz dejó una economía endeudada, con inflación y recesión que se potenció después en 1982 por la derrota en la guerra de Malvinas y la espectacular suba de la tasa de interés internacional que llevó a México a declarar la moratoria. Entre marzo de 1981 y diciembre de 1983, hubo cuatro ministros de Economía. "Con el objetivo de evitar una quiebra generalizada de empresas, el Estado se hizo cargo a través de diversos mecanismos del endeudamiento externo privado, expandiendo en una proporción significativa el gasto público y convirtiendo el problema de la deuda en un problema de naturaleza fiscal" (Gerchunoff-Llach). El balance de la década 1973-83 arroja para la Argentina un crecimiento cero.

Pero la dictadura militar no sólo provocó un endeudamiento inédito y dejó los esqueletos de obras faraónica. Fue en ese período cuando surgen con fuerza los llamados Grupos Económicos, a los que a veces se le añadía Nacionales.

Fueron, en buena parte, fruto de una intima relación con el poder político, y beneficiarios de muchos de los contratos para obras públicas y créditos subsidiados del ex Banade y otros bancos locales. Participarán de manera activa en la próxima etapa e incluso uno de ellos se sumará a un futuro gobierno.


Democracia austral y la fuente del menemato

En diciembre del 83, Raúl Alfonsín inició la nueva etapa constitucional con muchas expectativas. La política económica tuvo dos etapas: Bernardo Grinspun, con una política económica "tradicional", intentó sin éxito reencauzar la economía hasta que, en febrero de 1985, lo reemplazó Juan Sourrouille quien de inmediato, y tras devaluar y dejar subir los precios, lanzó un plan de estabilización, el Austral que significó, además, una nueva línea monetaria. Por primera vez en la historia contemporánea, la Argentina dejaba de tener "pesos" (con todas sus variantes).

Como todos esos planes, luego de una estabilidad inicial, las variables económicas se fueron deteriorando, lo que dieron lugar a nuevos planes bautizados como Austral II, Austral III, Primavera y a tímidos ensayados de privatización y desregulación petrolera.

En el plano político, el correlato de la política económica fue el desarrollo del llamado Tercer Movimiento Histórico, que incluía a algunos sectores del peronismo. Pero no se modificaron, en lo sustancial, la estructura básica de la economía local.

En 1987, el oficialismo recibe una paliza electoral, que se suma al deterioro económico que la generó. A fines de 1988, con subas de precios del orden del 30% mensual y reservas escasas, se insinuaba otra crisis en víspera de recambio presidencia. "La confirmación no oficial de la sospecha de que el Banco Mundial suspendería su ayuda a la Argentina actuó como una señal. La corrida contra el austral se inició hacia fines de enero de 1989, y en pocos días el Banco Central tuvo que desprenderse de 900 millones de dólares para evitar una depreciación del peso. Pero la fuga hacia el dólar seguía, y el 6 de febrero se decidió la creación de un tercer mercado de cambios (el dólar "libre", que se sumaba al oficial y al financiero). La noticia significaba el final del Plan Primavera, y también el derrumbe del último dique de contención a la hiperinflación", relatan Gerchunoff—Llach.

También significó la "ruptura de relaciones" entre el Gobierno y algunos empresarios que buscaban calmar las aguas de la crisis. La decisión del Banco Central, a cargo de José Luis Machinea, le costó a los grandes grupos muchos millones. Y tomarían su revancha.

La crisis política se hizo permanente y comenzó a ser inmanejable. Juan Carlos Pugliese vuelve al Ministerio de Economía y a los pocos días lanza una de las frases más famosas de la historia económica: "Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo". Un grupo de empresarios agrupados bajo el llamativo nombre de "Capitanes de la Industria" y varios de los tradicionales economistas ortodoxos, recomiendan la liberación del tipo de cambio, es decir, del precio del dólar. Nafta para apagar un incendio. Sin capacidad política, Alfonsín acepta.

El resultado era cantando: la situación financiera se volvió inmanejable, la economía estaba virtualmente frenada. Los exportadores liquidaban sus divisas en el exterior para no traer los dólares a la Argentina. El final del gobierno de Alfonsín también estaba cantado. Hubo elecciones anticipadas y ganó el PJ con Carlos Menem como candidato. En ese aciago 1989, la inflación fue del 4.923%. Y en 1990, con otra administración, sumó otro 1.344%.

Privatizaciones y endeudamiento

Tras otra "década perdida", en 1989 Carlos Menem asumió la presidencia con una fuerte alianza con el empresariado local que se expresó en el Plan Bunge & Born, con los directivos del grupo económico al frente del Ministerio de Economía.

El candidato peronista, uno de cuyos funcionarios habló de un "dólar recontraalto", pensó que había aprendido la lección y que no convenía tener malas relaciones con los dueños del poder económico. Pero lo que no tuvo en cuenta, como tanto otros, es que había nuevos dueños: la banca acreedora y los sectores más concentrados del capital financiero.

El Plan B&B duró hasta fines de 1989, cuando resurgió una nueva "híper" que dio lugar al Plan Bonex, una reprogramación compulsiva de la deuda pública y de los depósitos a plazo fijo.

A fines de febrero de 1991, y tras una nueva devaluación, asumió el Ministerio de Economía Domingo Cavallo quien, con la aprobación del Congreso, el 1º de abril puso en marcha el Plan de Convertibilidad con un tope por dólar de 10.000 australes (más adelante, en 1992, se transformaron en 1 peso).

La convertibilidad no se limitaba a una regla cambiaria. Se le dio un mayor impulso al proceso de privatizaciones, con la característica de que el gran capital nacional se asoció a grupos del exterior para absorber los activos y empresas públicas. Se calcula que, entre efectivo y títulos de la deuda a valor nominal, ingresaron al Estado 24.000 millones de dólares entre 1990 y 1998.

Sin embargo, y tras la reestructuración en 1992 de la deuda externa, en el conocido Plan Brady, en homenaje a Nicholas Brady, secretario del Tesoro de los EE.UU. que "inventó" el mecanismo para diluir las tenencias de títulos de deuda en poder los bancos, el endeudamiento público pasó de 60.000 millones en 1991 a 145.000 millones de dólares en 2001, a pesar del rescate de deuda y de los cuantiosos fondos que ingresaron por las privatizaciones.

Otro componente fue la llamada apertura comercial. Se redujeron los aranceles a las importaciones con el propósito de controlar los precios internos a través de la oferta extranjera.

Tampoco faltó la "flexibilidad" laboral, para abaratar el salario, y la reducción de los aportes patronales. Además se cambió el régimen previsional —con el nacimiento de las AFJP—, que generaría el déficit fiscal que hizo inevitable el mayor endeudamiento externo, y el de accidentes de trabajo, con la creación de las Aseguradoras de Riesgos del Trabajo (ART).

Al establecer un seguro de cambio gratuito, capitales nacionales y del exterior transformaron sus dólares en pesos para aprovechar el mayor rendimiento doméstico con la seguridad de que no sufrirían un deterioro devaluatorio. Este mecanismo generaba al mismo tiempo una inflación en dólares, que estaba potenciado porque los contratos con las empresas de servicios públicos incluían cláusulas de indexación en esa moneda.

La crisis del Tequila (1995) fue un primer llamado de atención sobre la vialidad de todo este esquema cambiario—financiero. La resolución de esa crisis significó una caída del 6% del PBI y la desaparición (aunque los depósitos fueron pagados por el Estado y las fusiones subvencionadas con redescuentos) de unas 60 entidades financieras. Fue, también, el inicio del desembarco masivo de entidades extranjeras en el mercado local bajo el argumento de que "eran más seguras". Luego, la crisis del sudeste asiático de 1997, el default ruso de 1998 y la crisis brasileña de 1999 acentuaron todas las contradicciones de la convertibilidad.


Alianza para terminar con la convertibilidad

A partir de 1998, la Argentina entró en recesión, se potenció el endeudamiento, aumentó el desempleo y creció el déficit fiscal. En 1999, ganó las elecciones La Alianza, que llevó a la presidencia al radical Fernando de la Rúa y a José Luis Machinea al sillón de Ministro de Economía.

El ajuste "preventivo" con el que se inauguró la nueva administración abortó la incipiente recuperación económica. A fines del 2000, las dudas sobre la viabilidad de mantener la convertibilidad se transformaron en "el blindaje", un conjunto de créditos de organismos internacionales destinados a proteger la economía de cualquier problema.

Pero en esa fecha, la experiencia Machinea estaba agotada y en marzo de 2001 fue reemplazado por el ortodoxo Ricardo López Murphy, quien debe renunciar a los 15 de asumir al impulsar un ajuste en los gastos educativos.

Para "salvar" a la Convertibilidad se convocó a su creador. Domingo Cavallo asumió y la reacción de los operadores internacionales fue la opuesta a la que pensaban la mayoría de la gente: se aceleró la fuga de divisas. En 9 meses de 2001, 20.000 millones de dólares dejaron el Banco Central rumbo al exterior.

El diciembre de 2001, se decreta el corralito y más tarde el corralón. La Convertibilidad cayó de hecho y De la Rúa tuvo que irse por la acción de las manifestaciones populares.

Después de una semana en que se alternaron tres Presidentes (Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá —quien declaró el default sobre una parte de la deuda- y Eduardo Camaño), asumió Eduardo Duhalde, quien debutó con la devaluación del peso y la pesificación de los depósitos y de las deudas. La economía se desplomó, hubo una confiscación enorme de ahorros (depósitos, fondos de AFJP y compañías de seguros) y licuación de pasivos y creció a niveles récords el desempleo, la indigencia y la pobreza. La crisis significó, además, otro aumento de la deuda pública.

Tras el reemplazo de Jorge Remes Lenicov por Roberto Lavagna como titular de Economía, hacia fines de 2002, la economía volvió a repuntar de la mano de la sustitución de importaciones y la mayor rentabilidad de las exportaciones, sobre todo por el boom de los precios de los commodities agropecuarios, hasta alcanzar ahora los niveles de 1998.

Se fueron deshaciendo el corralito y el corralón, se aplicaron retenciones a las exportaciones para engrosar el superávit fiscal y pagar la deuda con los organismos financieros, se encaró, con quita de capital, la salida del default con un canje de la deuda de 81.200 millones de dólares y se abrieron negociaciones con las empresas de servicios públicos privatizados.

En 2004 la economía había vuelto a normalizarse en un gran porcentaje, aunque todavía con un gran hipoteca financiera y social: la Argentina sigue con una deuda pública de 130.000 millones de dólares ( 75% del PBI), elevados índices de desempleo, pobreza y desigualdad social.

Después de seis décadas, la situación actual de muchos argentinos justifica el dicho de que todo tiempo (económico) pasado fue mejor