martes, 17 de abril de 2012

Clase n° 4 - Entrevista a José Naredo

"El crecimiento actúa como una droga que adormece los conflictos y las conciencias y crea adicción en todo el cuerpo social"
 Doctor en Ciencias Económicas, diplomado de la Escuela Superior de Estadística y uno de los científicos sociales españoles que más han hecho para despertar la conciencia crítica sobre los problemas de nuestro planeta. Último Premio Internacional Geocrítica 2008, lleva más de cuarenta años de labor investigadora. Premiado por su talante interdisciplinario, los campos fundamentales a los que ha dedicado su investigación y su reflexión son la agricultura, la economía del agua, la energía, la ordenación del territorio, los mercados inmobiliarios y los aspectos patrimoniales y financieros, unidos con reflexiones de fondo sobre el pensamiento económico y las relaciones entre economía y ecología. Destaca también por su compromiso con los movimientos sociales que buscan alternativas a la actual organización económica del mundo: es socio fundador de la Asociación Hispano-Portuguesa de Economía de los Recursos Naturales y Ambientales y de la Fundación Nueva Cultura del Agua, así como socio de honor de la Asociación de Agricultura Ecológica.

En esta entrevista El profesor Naredo ha reflexionado con nosotros sobre el metabolismo del sistema económico actual, desgranando conceptos fundamentales para entender la actual coyuntura económica. 
¿Se divorció la economía de la ecología en un algún momento de la historia o nunca la tuvo en cuenta?

La ecología es una disciplina más moderna: nació ya avanzado el siglo XIX, un siglo después de que naciera la economía y, podemos decir, que nació ya divorciada de la economía, para estudiar un oikos diferente. Cuando  nació la ecología, como una biología de sistemas de la vida, en la que convergían la antigua historia natural y la moderna biología evolucionista, la economía ya había reducido su objeto de estudio al oikos de los valores monetarios.

Sin embargo, conviene aclarar que la economía nació apoyándose en la visión organicista arcaica del mundo todavía vigente en la Europa del siglo XVIII,  para desplazar la atención desde la adquisición de riqueza hacia la producción de la misma. Como comento largo y tendido en mi libro La economía en evolución (Madrid, Siglo XXI, 3ª ed. 2003) la economía nació en ese siglo, en tanto que disciplina independiente de la moral y la política, como fruto de un maridaje entre la filosofía mecánica y las creencias alquímicas, que postulaban el crecimiento y perfeccionamiento de los minerales en el seno de la Madre-Tierra en el marco de la visión organicista antes mencionada. Los inventores de la noción usual de sistema económico y de la economía como cuerpo de conocimiento autónomo articularon su invento proponiendo una síntesis audaz entre la economía de la naturaleza ?expresión utilizada por Linneo y otros naturalitas de la época? y el mercantilismo ?que reflexionaba sobre el comercio, los precios y el dinero.

La nueva ciencia económica, formulada por Quesnay y otros autores franceses del siglo XVIII hoy llamados “fisiócratas”, tomaba como meta “acrecentar la producción de riquezas renacientes sin menoscabo de los bienes fondo”. Estas “riquezas renacientes” se presuponían ligadas a la Madre-Tierra. Y entre las actividades productivas vinculadas a la Madre-Tierra, no solo aparecían la agricultura, los bosques o la pesca, sino también las minas, dado que, desde la visión organicista del mundo entonces imperante, se pensaba, como ya he dicho, que los minerales también estaban sujetos a procesos de crecimiento y perfeccionamiento. La ciencia económica se propuso el objetivo de forzar ese crecimiento generalizado de la producción física de riquezas renacientes ?y de los ingresos monetarios asociados a ella? que, al suponerse de interés para todo el mundo, quedaba ajeno a la moral. Al establecer la noción de producción como centro de la ciencia económica se apuntaló también la mitología del crecimiento económico, tomado como algo generalmente deseable.
Pero ¿cuando y cómo se produjo entonces el divorcio entre economía y naturaleza?

Quesnay insistía en que no debía considerarse que producir fuera simplemente “revender con beneficio”, sino “acrecentar las riquezas renacientes sin deterioro de los bienes fondo”. Pero cuando la especie humana tuvo plena conciencia de que ni los minerales crecían en el seno de la Tierra, ni ésta dilataba sus límites ?y la civilización industrial pasó a depender cada vez más de las extracciones y deterioros masivos de la corteza terrestre en forma de carbón, petróleo, gas u otros minerales y metales? se siguió hablando de producciones de carbón, petróleo, gas, etc. Cuando hasta las mismísimas producciones ligadas a la fotosíntesis perdieron su antiguo carácter renovable de tanto forzarlas ?inyectando en ellas petróleo y otras sustancias y esquilmando los suelos, los acuíferos y la diversidad biológica? la noción de producción se impuso como metáfora para abarcar indiscriminadamente las actividades económicas haciendo abstracción de su conexión con el mundo físico. Asistimos así a la transformación de un concepto en una metáfora encubridora, que se revela cada vez más carente de significado real, pues la casi totalidad de las actividades denominadas de “producción” son hoy en realidad actividades de mera extracción, elaboración, manejo y deterioro de sustancias y/o bienes preexistentes. Se cortó, así, por completo el cordón umbilical que originariamente unía la idea de sistema económico con el mundo físico para hacer que siguiera girando en el mero campo de los valores monetarios, reforzando la función  encubridora de esta idea.

Con ello se afianzó el divorcio entre economía y ecología, al contar ambas disciplinas con objetos de estudios y con nociones de sistema diferentes. De ahí que se produzca un diálogo de sordos: mientras que los economistas perciben y saludan los aspectos positivos del proceso económico como generador de valores añadidos y beneficios, los ecólogos y ecologistas se fijan en los deterioros que dicho proceso ocasiona en el mundo físico circundante. Para evitar este diálogo de sordos vengo proponiendo desde hace tiempo un enfoque ecointegrador que razone considerando a la vez las dos caras de los procesos.
¿Entonces son incompatibles sociedad industrial y biosfera?

El metabolismo de la sociedad industrial, tal y como ha venido funcionado, responde a un modelo diferente del de la biosfera y su desarrollo a gran escala resulta inviable a largo plazo. La Tierra recibe diariamente la energía de Sol, pero es un sistema cerrado en materiales. Es decir, no intercambia materiales con el exterior, salvo la afortunadamente rara excepción de los meteoritos. Por lo que si la vida se ha desarrollado en la Tierra es porque ha conseguido  mover en ciclo cerrado los materiales apoyándose en la energía solar y sus derivados renovables. Como decía Margalef, en la biosfera el Sol mueve los ciclos de materiales como el agua mueve la rueda del molino. Y la agricultura tradicional se ha venido adaptando al modelo de la biosfera en el que cabría decir que no hay ni recursos ni residuos, ya que todo es objeto de una utilización posterior.  Es ese fenómeno singular llamado fotosíntesis el que permite desviar hacia los circuitos de la vida una pequeña parte de la energía que recibimos diariamente del Sol y cerrar los ciclos de materiales. Por ejemplo, el agua es la principal materia prima en tonelaje que interviene en los dos fenómenos que mantienen la vida ?la fotosíntesis y el intercambio iónico? y es el motor solar el que repone el agua en cota y calidad, a través de la fase atmosférica del llamado ciclo hidrológico.

Sin embargo la actividad industrial se ha venido apoyando en extracciones de determinados minerales de la corteza terrestre, desplazando la intendencia de la especie humana desde el uso del flujo solar hacia el de determinados stocks de la corteza terrestre. Con el agravante de que, además, a diferencia del modelo biosfera, no cierra los ciclos de materiales reconvirtiendo los residuos en recursos. Con lo cual la inviabilidad a largo plazo de ese sistema está asegurada de antemano por escasez de recursos y por exceso de residuos. Solo si la especie humana tuviera un peso muy pequeño en la Tierra, podría cobrar sentido considerar infinitos los recursos y los sumideros planetarios. Pero hoy día los flujos físicos de recursos y residuos que mueve la especie humana distan mucho de ser despreciables, sino que dejan pequeñas a las grandes fuerzas geológicas que, con sus arrastres de materiales, vienen configurando la orografía y los paisajes, tal y como se constata en algunos de mis libros. Como consecuencia de ello, la contribución del metabolismo de la sociedad industrial al deterioro planetario ofrece evidencias cada vez más significativas.
¿Cuáles son las raíces económico-financieras del deterioro ecológico y social actual?

Para responder a esa pregunta escribí el libro Raíces económicas del deterioro ecológico y social (Madrid, 2007, Siglo XXI) y resulta difícil responderla ahora en unas pocas palabras, pero lo intentaré.

Como contexto de esta reflexión cabe recordar que el comportamiento físico de organismos y ecosistemas depende de los flujos de información que los orientan y estimulan. Y que el metabolismo de la actual civilización industrial responde cada vez más a estímulos llamados económicos, unidimensionalmente expresados en dinero y guiados por afanes de crecimiento permanente, que eclipsan otras informaciones y criterios orientadores de la gestión. Esbocemos cuales son esos estímulos económicos generalmente indiscutidos y sus consecuencias.

En primer lugar, hay que advertir que la sociedad actual utiliza el razonamiento monetario como guía suprema de la gestión. Se impone así un grave reduccionismo pues, en la medida en que impera la dimensión monetaria, se desatienden las dimensiones físicas y sociales vinculadas al proceso económico.

En segundo lugar, se interpreta el proceso económico como un proceso de producción de riqueza, expresada en términos monetarios. Y ya hemos visto que, en la medida en que impera la metáfora de la producción se soslayan las operaciones de mera adquisición ?ya sean éstas especulativas, extractivas o utilizadoras? de riquezas preexistentes, que hoy son mayoritarias: la metáfora de la producción resalta la dimensión creadora de valor y utilidad del proceso económico, pero eclipsa los deterioros que dicho proceso inflige en su entorno físico y social.

En tercer lugar, sobre la metáfora de la producción se apoya aquella otra del crecimiento económico. Pues el símil de la producción, al resaltar ?y registrar en términos monetarios? solo la parte positiva del proceso económico, justifica el empeño de acrecentarla como algo bueno para todo el mundo, surgiendo así la mitología del crecimiento económico: el crecimiento del consabido agregado monetario de Producto o Renta nacional se percibe como algo inequívocamente deseable y generalizable, sin necesidad ya de analizar su contenido efectivo, sus servidumbres y sus consecuencias no deseadas.

En cuarto lugar, hay que subrayar que el instrumental mencionado, no solo reduce la toma de información a una única dimensión, la monetaria, sino que registra solamente el coste de extracción y manejo de los recursos naturales, pero no el de reposición, favoreciendo así el creciente deterioro del patrimonio natural, que no entra en línea de cuenta. Frutos de esta regla de valoración sesgada son el creciente abastecimiento del metabolismo económico con cargo a la extracción de recursos de la corteza terrestre y al esquilmo de los derivados de la fotosíntesis, que va en detrimento de las verdaderas producciones renovables.

En quinto lugar, el hecho de que la información monetaria utilizada atienda sólo al coste de extracción y no al coste físico de reposición de los recursos naturales es sólo el primer eslabón de una asimetría creciente que divorcia la valoración monetaria del coste físico a lo largo de todo el proceso económico: esta asimetría hace que las fases finales de comercialización y venta se lleven la parte del león del valor creado frente a las primeras fases de extracción y tratamiento de los productos primarios. La pérdida de peso de la agricultura en la cadena de creación de valor y del precio del suelo agrícola frente al industrial o urbano son un simple derivado de las reglas de valoración indicadas.
¿A que conducen estos valores indiscutidos?

La especialización, unida al comercio y transporte de mercancías a gran escala, hace que los criterios mencionados dibujen por sí mismos un panorama de creciente polarización social y territorial. Pues mientras ciertos países, regiones, ciudades, empresas o personas consiguen especializarse en las “altas” tareas de dirección que controlan los procesos y sacan partido de las fases de comercialización y venta, llevándose el grueso del “valor añadido” con escaso coste físico, aquellos otros que se ocupan de las fases de extracción y elaboración de los productos “primarios” obtienen escaso valor con elevado coste físico. Pero la mencionada polarización social y territorial se ve hoy acentuada por otras convenciones sociales o acuerdos institucionales dignos de mención.
¿Cuáles son los requisitos institucionales que permiten que esas reglas actúen?

El primero de ellos es el respaldo legal y la aceptación social de derechos de propiedad desigualmente repartidos entre unos ciudadanos que, paradójicamente, acostumbran a definirse iguales en derechos. Con lo cual, el juego económico aparece ya sesgado en su origen a favor de algunos afortunados, frente a una mayoría de desfavorecidos.

El segundo es el respaldo legal y la aceptación social generalizada de relaciones laborales dependientes a las que se somete la mayoría de la población: el simple pago de un salario otorga a los afortunados el derecho a mandar y obliga a los desfavorecidos a obedecer. Además, las relaciones de poder desequilibradas presentes en los contratos de trabajo se extienden y refuerzan hoy, sobre todo, a través de las cadenas de mando de esas organizaciones jerárquicas y centralizadas que son las empresas capitalistas.

En tercer lugar, las normas que rigen hoy esa convención social que es el dinero amplifican notablemente la polarización social y territorial, al ofrecer a las entidades y a los países más ricos y poderosos posibilidades de financiación que van mucho más allá de lo que les permitiría el comercio a través de las reglas de valoración antes mencionadas.

Como consecuencia de este marco institucional y mental que orienta y mueve el metabolismo de la sociedad industrial se produce un creciente deterioro de la base de recursos planetaria, con una creciente polarización social y territorial.
¿Dónde reside la ambigüedad del desarrollo sostenible?

En que toma sus dos palabras del arsenal de la economía ordinaria, permitiendo así contentar a los “desarrolistas”. No es su novedad lo que hizo que se difundiera con tanto éxito la idea del “desarrollo sostenible”, sino sus controladas dosis de ambigüedad, que permitían contentar a todo el mundo. Ya comenté que ya en el siglo XVIII los padres de la ciencia económica tomaban como objetivo “acrecentar las riquezas renacientes sin menoscabo de los bienes fondo (la Tierra y sus aptitudes y riquezas)”. Más recientemente, Ignacy Sachs acuñó el término “ecodesarrollo”, en un sentido parecido. Pero este término tomaba el “eco” de la ecología y el “desarrollo” de la economía, tratando de equilibrar la balanza. Pero, como he comentado en ocasiones, esa expresión estuvo de moda algún tiempo, pero fue vetada por Kissinger ?tras la conferencia de Cocoyot, en 1974? por ser demasiado comprometida. Se sustituyó más tarde por el término “desarrollo sostenible” que tomaba las dos palabras del arsenal de la economía, en la que era normal hablar del objetivo del desarrollo sostenido (sustained). El nuevo adjetivo —“sostenible” (sustainable)— contentaba también a los naturalistas o ecologistas preocupados por el deterioro del entorno físico. Con lo cual ese término tenía la virtud de tender un puente virtual entre desarrollistas y conservacionistas. Y nada mejor para los políticos y empresarios que enarbolar términos que contenten a todo el mundo recabando a la vez el voto y el consenso de los desarrollistas y los conservacionistas. De ahí que el “desarrollo sostenible” sea la jaculatoria o mantra repetida hasta la saciedad en todos los discursos o informes que caen dentro de lo “políticamente correcto”. Poco importa que algún autor, como Margalef haya subrayado la contradicción in terminis o, como se dice en inglés, el oximoron que entraña esa expresión si tiene que ver, como de hecho ocurre, con el crecimiento de algo físico. O poco importa que Herman Daly haya tratado de superar ese oximoron diciendo que, para él, desarrollo sostenible equivale a desarrollo sin crecimiento. El uso corriente de esa expresión ha servido para desactivar en el terreno de las palabras la contradicción entre desarrollistas y conservacionistas, manteniendo sin problemas la mitología del desarrollo que el informe del Club de Roma sobre “los límites del crecimientos” y otras publicaciones habían puesto contra las cuerdas en la década de los setenta, al subrayar la irracionalidad que comporta a la luz de las ciencias de la naturaleza.

Si de verdad se tomara en serio el tema de la (in)sostenibilidad o (in)viabilidad a largo plazo del comportamiento de la sociedad industrial, se habría estudiado el horizonte hacia el que apunta ese comportamiento. El medioambientalismo banal en boga no está interesado en añadir precisiones al tema de la sostenibilidad: su objetivo es ayudarnos a convivir con el deterioro ecológico en curso mediante campañas de imagen verde, no reconvertir el metabolismo de la sociedad industrial hacia un futuro menos ecológicamente degradante o, si se quiere, más sostenible.
¿Cuál es su interpretación de la presente crisis? ¿Considera ligada la crisis económica a otras crisis ecológicas y sociales relacionadas con el propio modelo ideológico que orienta el metabolismo de la sociedad industrial?

El desplazamiento y la concentración del poder hacia el campo económico-empresarial hace que hoy existan empresas capaces de crear dinero, de conseguir privatizaciones, recalificaciones, concesiones, contratas… y de manipular la opinión, polarizando así el propio mundo empresarial. Si antes el Estado controlaba a las empresas, ahora hay empresas y empresarios que controlan y utilizan el Estado y los media en beneficio propio, mostrando que el capitalismo de los poderosos es sólo liberal y antiestatal a medias. Es liberal para solicitar plena libertad de explotación, pero no para promover recalificaciones y concesiones en beneficio propio. Y es antiestatal para despojar al Estado de sus riquezas, pero no para conseguir que las ayudas e intervenciones estatales alimenten sus negocios. De ahí que calificar de (neo)liberal al capitalismo de los poderosos es hacerle un inmenso favor, al encubrir el intervencionismo discrecional tan potente en el que normalmente se apoya, permitiendo que los nuevos caciques vayan impunemente por la vida presumiendo de (neo)liberales. Intervencionismo que ha culminado al calor de la crisis con suculentas ayudas a las empresas que evidencian que la ley del embudo de los nuevos caciques presuntamente (neo)liberales consiste en privatizar beneficios y socializar pérdidas.

La actual refundación oligárquica del poder plasmada en un neocaciquismo disfrazado de democracia ha desatado una nueva fase de acumulación capitalista. En esta fase, en la que predomina la adquisición sobre la producción de riqueza, los beneficios empresariales y el crecimiento de los agregados económicos de rigor, ya no suponen mejoras generalizadas en la calidad de vida de la mayoría de la población, que tiene que sufragar el festín de beneficios, plusvalías y comisiones originado, acentuando la polarización social. Pero la sociedad, adormecida por la ideología dominante, sigue sin preocuparse del contenido concreto y las implicaciones de esos agregados monetarios cuyo crecimiento indiscriminado desea y defiende.

El crecimiento actúa, así, como una droga que adormece los conflictos y las conciencias y crea adicción en todo el cuerpo social. Pero cuando decae o se para, el malestar resurge con fuerza, invitando peligrosamente a mirar hacia atrás y a ver las ruinas que ha ido dejando, jalonadas de grave deterioro ecológico, de angustioso endeudamiento económico, de bancarrota moral y de severo empobrecimiento social al haber acentuado el servilismo, espoleado por la envidia y la avaricia.
¿Cuál es su perspectiva para el futuro?
La alternativa al modelo económico descrito requiere profundos cambios mentales e institucionales que no cabe detallar aquí. Cambios que permitan trascender la metáfora de la producción y la mitología del crecimiento económico y cambiar las reglas del juego que rigen actualmente la valoración comercial y el sistema monetario internacional. La viabilidad de estos cambios depende de la disyuntiva política que enfrenta la actual refundación oligárquica del poder a una refundación democrática del mismo. O también, la que enfrenta la actual democracia, que se dice representativa, pero que se apoya en consensos oscuros y elitistas, a una democracia más participativa, con consenso amplio y transparente, fruto del ejercicio pleno de una ciudadanía bien informada. La experiencia muestra que la información es condición necesaria para desmontar las prácticas caciquiles y los lucros inconfesables de las operaciones y los megaproyectos y para reconducir el proceso económico hacia una gestión más razonable y acorde con los intereses mayoritarios. Pero hay que subrayar, también, que hoy por hoy la intensa participación y movilización social debidamente informada, sólo es condición suficiente para que tal desmontaje y reconducción se produzcan, si hace peligrar el crédito electoral de los responsables políticos.
Tras la disyuntiva indicada subyace la pugna por mantener vivo el tejido social compuesto por relaciones de solidaridad, afinidad y simpatía hacia nuestros congéneres, frente a su destrucción y sustitución por relaciones serviles y despóticas. En el fondo se trata de evitar que los valores del capitalismo ?el éxito pecuniario, la pelea competitiva, el afán de lucro, de explotación…? y su actual proyección oligárquica, acaben arrasando los sentimientos de amistad y solidaridad y haciendo realidad esa utopía social negativa que Hesíodo, en Los trabajos y los días, identificaba con el fin de la especie humana. Pues, en sus célebres versos, nos recuerda que ese final vendrá cuando se destruyan las relaciones de hospitalidad, amistad, fraternidad, cuando incluso se les muestre desprecio a los padres, tan pronto como envejezcan… cuando nadie respete su palabra dada, ni apoye lo bueno y lo justo, cuando la conciencia no exista y el único derecho sea la fuerza o el dinero.

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